La decisión del Gobierno de bloquear en la práctica la fusión entre BBVA y Banco Sabadell durante al menos tres años ha dejado claro que, mientras siga este Ejecutivo, las grandes fusiones bancarias domésticas lo van a tener muy complicado. El mensaje ha sido directo: si una operación supone recortes de plantilla o cierre de oficinas para ganar rentabilidad, La Moncloa va a intervenir.
Y eso tiene un efecto inmediato: el resto de bancos se lo van a pensar dos veces antes de plantear una fusión. Porque con este movimiento, el Gobierno sienta un precedente. Básicamente, el Consejo de Ministros se reserva el derecho de frenar o condicionar fusiones si considera que afectan al “interés general”, algo que va más allá de la competencia (eso lo analiza la CNMC).
Cinco motivos para decir “no” a la fusión
En el caso concreto de BBVA y Sabadell, el Gobierno ha sacado cinco argumentos para frenar la operación:
Garantizar que se cumplan los objetivos del regulador.
Fomentar la investigación y el desarrollo.
Proteger a los trabajadores.
Evitar la pérdida de cohesión territorial.
Defender la política social.
Como consecuencia, BBVA tendrá que mantener a Sabadell como entidad independiente al menos tres años (y hasta cinco). Eso tira por tierra sus planes iniciales: esperaba ahorrarse 850 millones tras fusionarse eliminando duplicidades, y ahora tendrá que volver a hacer números.
El problema no es solo BBVA-Sabadell
Lo más relevante es que estos argumentos pueden aplicarse a prácticamente cualquier otra fusión bancaria en España. Por ejemplo:
Se quiere proteger el crédito a pymes y startups, que en fusiones pasadas cayó bastante.
Evitar cierres de oficinas que afectan a pueblos o barrios.
Y frenar los despidos, que impactan directamente en la Seguridad Social, tanto por subsidios como por menos cotizaciones.
Empresarios molestos: “Esto da inseguridad jurídica”
Desde el sector empresarial no se han quedado callados. El presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, ha sido claro: la opa de BBVA se ha convertido en un lío político y se ha alargado casi 14 meses, generando incertidumbre total entre los inversores.
“Nos guste o no, la sensación de inseguridad jurídica existe”, dijo Garamendi, y remató pidiendo más certidumbre para que el capital internacional no huya.
Fusiones en el pasado, freno en el presente
Tras la crisis financiera de 2008, hubo una oleada de fusiones para salvar bancos: se redujo un 40% de las plantillas y más del 30% de las oficinas. Después llegaron las uniones como CaixaBank-Bankia o Unicaja-Liberbank. Incluso ya hubo un intento de BBVA y Sabadell en 2020, que se frustró por el miedo al impacto del COVID.
Ahora, sin embargo, la banca descarta fusiones transfronterizas en Europa: las normativas entre países siguen sin estar armonizadas, y la Unión Bancaria no está completa. Además, los gobiernos no quieren que bancos extranjeros compren sin liderar la operación, algo que Bruselas ha criticado duramente.
¿Fusiones domésticas? Difíciles también
Aunque en teoría hay margen para que bancos medianos y pequeños se fusionen (por ejemplo, porque sus redes no se solapan y podrían generar sinergias), la banca está desmotivada. Las condiciones impuestas a BBVA desincentivan cualquier intento.
Y, de hecho, entidades como Unicaja, Ibercaja, Kutxabank o Bankinter ya han dejado claro que van por libre. La única que sigue abierta a fusiones es Abanca, pero siempre que “le salgan los números”.
El Gobierno quiere bancos de proximidad
En paralelo, el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, ha salido a defender su postura. Dice que España necesita bancos más pequeños, regionales y conectados con el cliente local. Según él, esta estrategia es compatible con avanzar hacia una unión bancaria europea, aunque de momento parezca justo lo contrario a lo que pide Bruselas.
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