El oro sigue marcando un ritmo imparable. Este martes, la onza subió un 0,4% hasta alcanzar los 3.695 dólares, acumulando ya un avance anual del 40%.
El último impulso alcista se explica, en buena medida, por la debilidad del mercado laboral estadounidense. Esa fragilidad ha reforzado las expectativas de que la Reserva Federal (Fed) recorte tipos de interés en su próxima reunión del 17 de septiembre, un movimiento que el mercado prácticamente da por hecho.
El oro en una posición privilegiada
Un entorno de tipos más bajos resta atractivo a los bonos y depósitos tradicionales, lo que coloca al oro en una posición privilegiada: no paga intereses, pero garantiza preservación de valor a largo plazo.
A este escenario monetario se suman otros factores de peso. La persistente tensión geopolítica —desde Europa del Este hasta Oriente Medio—, unida a la amenaza de nuevas crisis energéticas, ha disparado la demanda de activos refugio. Paralelamente, la debilidad del dólar frente a otras divisas ha facilitado la compra de oro a nivel internacional, alimentando aún más la escalada de precios.
La inflación, aunque más moderada que en los picos de 2022 y 2023, se mantiene por encima de los objetivos de varios bancos centrales. Históricamente, el oro ha sido la cobertura natural frente a la pérdida de poder adquisitivo, lo que mantiene a inversores institucionales y minoristas con un ojo fijo en el metal.
No menos relevante es el papel de los bancos centrales de economías emergentes, que han aumentado sus reservas como estrategia de diversificación y protección frente a riesgos cambiarios y sanciones internacionales. A ello se suman los crecientes flujos hacia fondos cotizados respaldados por oro (ETFs), que consolidan la tendencia.
El resultado es un cóctel de incertidumbre geopolítica, expectativas de recortes de tipos, debilidad del dólar y compras oficiales que sitúa al oro en máximos históricos en este 2025.
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