El liderazgo tradicional ha muerto. Jordi Alemany ofrece en su último libro, Efecto láser, las herramientas y métodos accesibles para que cada lector pueda convertirse en el líder que los profesionales demandan y las empresas necesitan, enfocando su energía y recursos en lo que realmente importa. El ponente, formador y mentor invita a los líderes actuales y futuros a abandonar las excusas, asumir su responsabilidad y liderar con coherencia, empatía y resultados medibles.
¿Cuál fue el momento clave o experiencia personal que te llevó a concebir la idea del «efecto láser» como modelo de liderazgo?
El «efecto láser» nació de una mezcla de cansancio y lucidez. Después de más de 20 años trabajando con líderes de todo el mundo, vi un patrón: muchos se obsesionaban con los resultados sin haber hecho el trabajo previo de liderarse a sí mismos ni de generar compromiso real en sus equipos. Me di cuenta de que, igual que un láser concentra tres haces de luz en un único punto, un liderazgo eficaz requiere alinear tres focos: el autoliderazgo, el liderazgo de personas y el enfoque a resultados. El orden importa. Si no hay claridad interna ni conexión humana, cualquier resultado es frágil y efímero.
En un entorno empresarial cada vez más acelerado y digital, ¿cómo podemos evitar que la urgencia por resultados apague los otros dos focos del liderazgo: el autoliderazgo y el liderazgo de personas?
Primero, reconociendo que la urgencia suele mantener una correlación negativa con la importancia. La prisa es uno de los mayores enemigos del liderazgo consciente. Cuando todo es urgente, nada lo es realmente. Muchas veces confundimos productividad con hiperactividad, y eso nos lleva a tomar decisiones poco racionales y escasamente informadas, sin cuestionamiento ni reflexión previa. Lo segundo es recordar que los resultados sostenibles nacen de personas motivadas y líderes que pavimentan el camino para que puedan materializar sus motivaciones. Si quemamos a nuestros equipos —o si nos quemamos nosotros mismos— por la obsesión con las métricas a corto plazo, el peaje siempre será mucho más alto en el largo. Por eso insisto en que cada líder debe ser guardián de sus tres focos, y preguntarse cada semana: ¿qué estoy haciendo para mejorar mi inteligencia emocional y practicar el pensamiento crítico?, ¿Cómo está beneficiando ese foco en mí, a mi equipo?, ¿Qué estamos haciendo para equilibrar resultados y bienestar?
¿Cuál suele ser el mayor obstáculo que impide a los líderes alinear los tres focos del liderazgo, y cómo pueden superarlo?
Sin duda: el ego inflado. El ego que necesita tener siempre la razón, controlar todo y aparentar seguridad todo el tiempo. Ese ego bloquea el aprendizaje, impide pedir ayuda y convierte el liderazgo en un monólogo. Cuando el ego lidera, la esencia del liderazgo desaparece. Por eso, uno de los primeros ejercicios que planteo en mis programas es invitar a los participantes a reconocer sus sesgos, sus miedos y sus puntos ciegos. Liderar requiere humildad, y la humildad exige autoconciencia y valentía para mirarse al espejo y reconocer nuestras imperfecciones. Esto implica invertir en autoconocimiento, rodearse de personas que nos cuestionen con respeto y aprender a escuchar de verdad, con todos los sentidos, incluso cuando no nos gusta lo que oímos.
Muchos líderes reconocen la importancia de la inteligencia emocional, pero no saben por dónde empezar. ¿Cuál sería tu primera recomendación práctica para empezar a desarrollarla con intención?
Empieza por observarte. Así de simple, y así de difícil. La inteligencia emocional no se desarrolla leyendo sobre ella, sino prestando atención a cómo piensas, cómo reaccionas y qué te mueve realmente. Te diría que cada noche, antes de acostarte, te hagas tres preguntas y anotes las respuestas en un diario de reflexiones: ¿qué he sentido hoy?, ¿por qué he reaccionado así en ese momento difícil?, ¿cómo podría haberlo gestionado mejor? Es un ejercicio de apenas cinco minutos, pero con un impacto enorme si lo haces con honestidad. Lo siguiente es aprender a ponerle nombre a lo que sientes, porque lo que no se nombra, se reprime o se descarga sin control. Y buscar feedback, no solo halagos. Sin esa base, cualquier curso o libro sobre inteligencia emocional se queda en la superficie.
El libro promete herramientas de aplicación inmediata. ¿Podrías adelantar una de las más impactantes o transformadoras que el lector encontrará?
Sí, varias. Una de las más transformadoras, por lo sencilla y poderosa que es, es la autoevaluación estoica. Es una herramienta que propongo al inicio del capítulo sobre autoliderazgo, donde invito al lector a revisar 10 afirmaciones clave basadas en la filosofía estoica. El objetivo no es pontificar, sino reflexionar.
A partir de ahí, introduzco dos prácticas que utilizo a diario y recomiendo con frecuencia: la meditación estoica y la dicotomía de control. La primera es un ritual de mañana y noche para anticipar desafíos y reflexionar sobre nuestras respuestas. La segunda, una herramienta de discernimiento brutalmente útil para gestionar el estrés y enfocar tu energía en lo que sí depende de ti.
Además, incorporo ejercicios de mindfulness aplicados al liderazgo. Desde la respiración consciente hasta la atención plena al caminar, pasando por la meditación de la compasión o el escaneo corporal. Y lo mejor: son prácticas que no requieren irse a un retiro ni tener experiencia previa. Son aplicables en la oficina, en casa o incluso en un aeropuerto. El objetivo del libro es ese: que el lector no solo entienda, sino que experimente el cambio. Porque el liderazgo no se enseña, se practica. Y ese, para mí, es el verdadero impacto.

El efecto láser de Jordi Alemany