Un veterano empresario, poco conocido por el gran público pero cuya lucidez siempre he admirado, solía decir a sus gerentes: “Cuando las cosas van bien, es cuando pueden ir aún mejor”. A primera vista, puede parecer una obviedad, pero si se observa con detenimiento, no lo es: la historia económica está llena de empresarios y directivos que se han dejado llevar por el éxito del momento, confiados en beneficios y récords de ganancias, solo para luego experimentar –en poco tiempo– una (¿inesperada?) caída.La idea del anciano empresario era que, si ves que tu empresa va bien, trabaja el doble, concéntrate, invierte más para que pueda ir siempre mejor, también porque –según una ley de la física– cuando un cuerpo está en movimiento, se necesitan menos energías para hacerlo viajar más rápido que las que se gastan para empujarlo cuando está detenido o retrocede.Toda esta introducción me vino a la mente al leer sobre las excelentes actuaciones de las empresas españolas cotizadas en 2024. Empresas que, según la CNMV, han ganado en conjunto 73.112 millones de euros, registrando un crecimiento del 20,87% respecto a 2023.No cabe duda: ¡nada mal! Muchos indicadores económicos hablan de sectores en buena salud, como el energético y el bancario, por no mencionar el turismo y el textil, solo por citar los mercados más destacados. Pero se podría decir que es precisamente ahora, en 2025, cuando vendrá lo mejor, porque será necesario que estas empresas trabajen aún más para mejorar un panorama económico nacional e internacional, que podría verse afectado por las turbulencias geopolíticas que atraviesan Europa y llegan hasta Estados Unidos.Ningún país europeo, en este momento, presenta una evolución económica tan significativa como España; por lo tanto, paradójicamente, la economía española es la que corre mayor riesgo de sufrir un daño más grave en términos de reducción de las perspectivas de desarrollo, pudiendo ver ralentizadas o eliminadas sus excelentes previsiones de crecimiento. Por eso, ahora es cuando las empresas deberían intensificar aún más sus esfuerzos, robustecer la planificación y enriquecer la visión estratégica para dar un salto de calidad adicional a su negocio. Lo mismo deberá hacer la política –local y nacional–, porque ayudar a estas empresas a navegar entre las turbulencias actuales equivale a ayudar directa o indirectamente al país y a las familias que viven en él.
Además, el anciano empresario del que hablaba al principio solía añadir: “Si los gobiernos y los economistas prestaran menos atención al PIB y consideraran más la capacidad de gasto de las familias, tendríamos economías no solo más equitativas y eficientes, sino también más justas”.
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