Elegir las batallas correctas

Alcanzar los objetivosGettyImages

«Si hay algo que he aprendido, es que en los negocios no gana quien corre más rápido, sino quien sabe hacia dónde va. Y eso, amigo mío, es el reino de la estrategia». Con estas palabras comenzó una noche un alto directivo con quien compartía una cena. Me contó cómo, en su juventud, estaba obsesionado con resolver problemas en el menor tiempo posible: sumar una iniciativa tras otra, recortar costos, aumentar las ventas, superar la enésima crisis operativa. Todo parecía urgente, todo merecía una respuesta inmediata.

Con el tiempo, sin embargo, comprendió que el verdadero liderazgo no se mide por la rapidez de las respuestas, sino por la calidad de las preguntas. No se trata solo de hacer algo, sino de entender por qué lo hacemos, a qué precio lo hacemos y hacia dónde nos llevará. “La estrategia debe ser la brújula”, añadió sonriendo, “sin ella, se corre el riesgo de avanzar inútilmente en la dirección equivocada. La táctica, en cambio, es el paso cotidiano, necesario, pero que debe estar bien orientado. He visto empresas desperdiciar enormes cantidades de energía en proyectos perfectamente ejecutados… pero inútiles. Porque les faltaba una visión”. También me dijo cómo había visto a muchos directivos confundir la ambición con un simple plan operativo, que nunca se preguntaban qué impacto querían generar a largo plazo y qué debía hacerse en el presente para alcanzar ese objetivo en el futuro. Y añadió: “Hay una forma inequívoca de saber si una estrategia es buena: debe ser clara, motivadora y dar miedo, porque debe romper con la costumbre y exigir valentía”.

Luego me explicó que no existe estrategia sin adaptación, que hay que aprender a reconocer cuándo una desviación táctica es necesaria para salvar el viaje; que toda decisión táctica, para ser útil, debe estar al servicio de la dirección estratégica. Añadió: “¿El secreto? Estandariza tu proceso de toma de decisiones. No para burocratizarlo, sino para asegurarte de que cada decisión importante se tome con método: hazte las preguntas correctas, analiza los hechos, evalúa alternativas reales (no solo las “cómodas”) y, sobre todo, documenta lo que has decidido y por qué. Cuando se navega en medio del cambio, hacen falta puntos de referencia”.

Y por último, pero no menos importante, antes de despedirse en la entrada del restaurante, me advirtió: “Sobre todo, comparte la visión. Si las personas no saben hacia dónde se dirigen, nunca podrán ayudarte a llegar. Una estrategia que no se comunica es como un mapa guardado en un cajón. Háblalo. Repítelo. Hazlo comprensible. Crea una lista viva de las cuestiones estratégicas pendientes. No permitas que se olviden o se traten en reuniones inútiles. Decide cuáles son realmente importantes y cuáles son solo ruido de fondo”.

¿Qué decir? Han pasado algunos años desde entonces. No sé hasta qué punto he logrado poner en práctica aquellos valiosos consejos, pero de algo sí estoy seguro: en los negocios, el futuro pertenece sobre todo a quien sabe elegir las batallas correctas, no solo a quien sabe librarlas.

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