Steve Jobs, por ejemplo, cuando regresó a Apple en 1997, enfrentó la incertidumbre y el escepticismo. Tomó decisiones arriesgadas que incomodaron a muchos, pero esas mismas decisiones fueron las que transformaron una empresa al borde del colapso en una de las marcas más innovadoras y valiosas del mundo.
No es un caso aislado. Reed Hastings, cofundador de Netflix, enfrentó una profunda incomodidad al decidir dejar atrás el modelo de envío de DVDs para apostar por el streaming digital, una decisión que muchos cuestionaron y que implicaba un riesgo enorme. Pero fue precisamente esa incomodidad la que impulsó una revolución en la forma en que consumimos entretenimiento.
El verdadero liderazgo no consiste en evitar la incomodidad, sino en aprender a leerla. Es necesario preguntarse: ¿Me incomoda porque es irresponsable… o porque me reta? ¿Por qué es una mala idea… o por qué me obliga a cambiar? Esa honestidad consigo mismo es más valiosa que cualquier manual.
Pero ojo: incomodarse no es autoboicot. Es coraje. Es mirar al futuro sin pedir permiso al pasado. Es entender que el liderazgo no se mide por la cantidad de certezas, sino por la cantidad de decisiones incómodas que alguien está dispuesto a asumir, sin garantía de aplausos.
Así que sí: pase y póngase bien incómodo. Porque en un mundo donde lo normal cambia cada seis meses, lo cómodo es, sencillamente, una ilusión.