Hay una escena en Luca, la película de Disney, que muchos recuerdan con cariño: los protagonistas se lanzan cuesta abajo en una bicicleta improvisada y, justo antes del salto, gritan “¡Silenzio, Bruno!” para callar esa voz interior que les dice que no pueden, que no deben, que se van a caer. Y es que todos tenemos un “Bruno” en la cabeza. Y cuanto más arriba llegamos en nuestras carreras, más sofisticado se vuelve: ya no dice “vas a fracasar” —eso es para principiantes—. Dice cosas como: “¿Y si esto daña nuestra reputación?”.“¿Qué dirán los inversores?”.“¿Y si pierdo lo que he construido?”.Esa voz es miedo. Y el miedo, en el mundo empresarial, se disfraza muy bien de prudencia, de experiencia, incluso de responsabilidad. Pero, si algo nos ha enseñado la historia, es que el miedo al cambio es mucho más peligroso que el cambio en sí mismo.El problema está en que el liderazgo real no es cómodo. No lo fue cuando hubo que tomar decisiones duras durante una pandemia. Tampoco lo es ahora, cuando la transformación digital, la inteligencia artificial o la sostenibilidad nos obligan a repensarlo casi todo.
El liderazgo de verdad no consiste en parecer seguros. Consiste en avanzar, incluso cuando no tenemos todas las respuestas. Y para eso, a veces, hay que decirle al miedo lo que Luca le decía a su voz interior: “Silenzio, Bruno”.A menudo confundimos lealtad con inmovilidad. Pero las empresas que admiramos hoy —las que crecen, innovan y se mantienen relevantes— no lo hacen porque “aguantan”, sino porque se atreven. Cambian. Se equivocan. Aprenden. Y vuelven a intentarlo. Eso no es debilidad. Es valentía con conciencia. Es liderazgo con piel.Cuando un directivo calla su “Bruno”, no solo toma mejores decisiones. También libera a su equipo. Porque cuando alguien en la cima se atreve a avanzar sin certezas, da permiso a otros para hacer lo mismo. Y ese es el verdadero motor de la innovación: el ejemplo. Hoy, más que nunca, el cambio no es una amenaza: es el terreno de juego. Y el silencio que necesitamos no es el de la pasividad, sino el del coraje tranquilo.
Así que, cuando lo nuevo asuste, cuando la decisión parezca demasiado grande, cuando el salto dé vértigo, recuerda gritar: ¡Silenzio, Bruno! Porque si no lo callas tú, él te dejará sin voz a ti.
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