Adolfo Ramírez, autor del libro El valor de la autenticidad y experto en transformación empresarial —con una amplia trayectoria que incluye haber sido director en Banco Santander—, analiza en esta entrevista el impacto de la inteligencia artificial en el liderazgo y la cultura organizacional. Actualmente, Ramírez investiga cómo las nuevas tecnologías están remodelando las empresas y la sociedad, y comparte su conocimiento como profesor en instituciones de prestigio como el Instituto de Empresa, The Valley DBS, y el Professional Education del MIT, además de las Universidades Politécnica y Autónoma de Madrid. Su experiencia también se extiende al asesoramiento de comités de dirección, CEO’s, C-Level y organizaciones de todos los tamaños en sus procesos de transformación y crecimiento. Colabora activamente con APD, el Club Excelencia en Gestión y Vodafone Business, aportando una visión ética y humana a la revolución tecnológica que enfrentan las empresas hoy.
¿Cómo definiría la “cointeligencia”?, ¿considera que se trata de un paso evolutivo natural del pensamiento humano o más bien de una moda pasajera?
La cointeligencia la podemos entender como la colaboración entre humanos e inteligencias artificiales, donde ambas partes se potencian mutuamente para lograr resultados que no podrían alcanzar por separado. No se trata de una sustitución, sino de una alianza en la que la inteligencia humana se amplifica gracias a las capacidades de la IA. Seguramente sea un paso evolutivo inevitable en nuestra relación con la tecnología, que nos exige actualizar nuestros modelos mentales e interactuar con una forma distinta de inteligencia —no humana, pero profundamente transformadora—, capaz de enriquecer nuestra manera de analizar, decidir y crear valor.
Usted ha afirmado que “la inteligencia artificial actúa como si supiera, pero en realidad no sabe”. ¿Cuáles cree que son los principales riesgos y oportunidades derivados de esta “simulación de conocimiento”?
El principal riesgo es la ilusión de certeza: creer que la IA entiende lo que dice, cuando en realidad solo reproduce patrones sin comprensión real ni sentido del contexto. Esta apariencia de conocimiento puede inducir a decisiones equivocadas si no se evalúa con criterio humano. No obstante, su capacidad de simulación es también una poderosa herramienta creativa. Si somos conscientes de sus límites, la IA puede convertirse en un excelente copiloto cognitivo, capaz de ampliar nuestras perspectivas, sugerir nuevas ideas y enriquecer nuestra capacidad de análisis sin reemplazar nuestro juicio.
¿Qué procesos concretos recomendaría usted a las empresas para asegurarse de que la implementación de la IA refleje sus valores fundacionales y no solo sus objetivos de eficiencia?
Para que la inteligencia artificial esté alineada con los valores de la organización, la ética, como ocurre en muchas ocasiones, no puede ser una capa añadida al final del proceso, sino que debe estar presente desde la definición de la estrategia.
Respecto a su despliegue en la empresa, el primer paso será establecer principios éticos claros que guíen su diseño e implementación, asegurando que la tecnología responde al propósito y misión de la empresa.
Además, es clave formar y sensibilizar a todos los niveles de la organización sobre los riesgos, límites y usos responsables de la IA.
Algunas organizaciones están incorporando comités éticos y dinámicas de auditorías para garantizar la transparencia en el funcionamiento de los sistemas.
En su opinión, ¿cómo puede evitarse que la inteligencia artificial diluya la responsabilidad humana en la toma de decisiones críticas?
Es fundamental establecer un marco de gobernanza sólido que garantice la supervisión humana en todo momento. Debe quedar claramente definido quién toma la decisión final y quién responde por sus consecuencias. La inteligencia artificial debe ser explicable, trazable y sujeta a auditorías periódicas, con indicadores concretos que permitan evaluar su impacto. Además, es necesario reforzar este sistema con marcos normativos que protejan los derechos fundamentales y aseguren la rendición de cuentas. La tecnología puede asistir, pero nunca reemplazar la responsabilidad humana: esta debe permanecer claramente atribuida y no diluirse en el proceso automatizado.
¿Qué tipo de alfabetización considera urgente promover, tanto en escuelas como en empresas, para formar mentes críticas capaces de detectar el “espejismo digital” y proteger la autenticidad humana?
Es urgente una alfabetización que vaya mucho más allá de la mera habilidad tecnológica. No basta con saber usar herramientas digitales o interactuar con plataformas inteligentes; necesitamos una alfabetización tanto digital como ética y humanista que ayude a las personas a comprender el impacto que la IA tiene en su forma de pensar, de decidir y de relacionarse con los demás.
Esta educación debe incluir al menos tres dimensiones fundamentales:
- Comprensión del funcionamiento de la tecnología
- Capacidad crítica y pensamiento reflexivo
- Educación ética y cultural
En definitiva, no se trata solo de enseñar a utilizar herramientas, sino de educar para comprender, cuestionar, decidir y convivir con la tecnología desde una posición consciente, libre y auténtica.

Adolfo Ramírez
Desde su punto de vista, ¿cómo puede un líder auténtico competir con una inteligencia artificial que no se cansa, no duda y no experimenta miedo?
Un líder auténtico no compite, coopera con la IA. Su valor reside en lo humano: intuición, empatía, juicio ético y creación de confianza. No se trata de ser más rápido, sino más sabio, generando culturas significativas y resilientes. El liderazgo humano destaca por su capacidad de conectar emocionalmente, aportar sentido y guiar desde la coherencia y el propósito.
¿Cuáles serían, a su juicio, las mejores prácticas para evitar los sesgos en los datos que alimentan a los sistemas de inteligencia artificial? ¿Y quién debería rendir cuentas cuando estos sesgos generan consecuencias perjudiciales?
Evitar los sesgos en los datos que alimentan la IA no es solo una cuestión técnica, sino ética y organizativa. Entre las mejores prácticas destaca la conformación de equipos diversos, que puedan detectar sesgos desde perspectivas distintas. La recolección de datos debe ser inclusiva y representativa, prestando especial atención a atributos sensibles como género, edad, etnia o condición socioeconómica. Además, es crucial aplicar técnicas específicas para identificar y corregir sesgos, como el uso de datos sintéticos, normalización y procesos de validación cruzada.
La transparencia debe ser un pilar central: conocer el origen, el tratamiento y los fines de uso de los datos, así como implementar auditorías periódicas —internas y externas— que permitan detectar, evaluar y mitigar sesgos en todas las fases del ciclo de vida de los algoritmos.
En cuanto a la rendición de cuentas, debe ser compartida, pero bien definida.
En su libro menciona conceptos como “gestión ética de los datos” o “colaboración”. ¿Podría explicarnos cómo se integran estos valores en el desarrollo y uso responsable de la inteligencia artificial?
La gestión ética de los datos y la colaboración no son elementos accesorios: son parte del núcleo de un desarrollo de la inteligencia artificial verdaderamente responsable.
Gestionar los datos con ética implica, ante todo, respetar la privacidad y la dignidad de las personas. Esto se traduce en prácticas como el consentimiento informado, la anonimización y un uso limitado y proporcional de la información. Pero también significa identificar y mitigar los riesgos derivados de los sesgos o la discriminación algorítmica.
La colaboración, por su parte, es la garantía de que la IA no se diseña ni se aplica desde una sola mirada. Implica la participación de distintos actores a lo largo de todo el ciclo de vida del sistema.
¿De qué manera cree usted que la IA puede contribuir a los Objetivos de Desarrollo Sostenible, sin poner en riesgo la transparencia ni la confianza social?
La inteligencia artificial tiene un potencial extraordinario para acelerar el progreso hacia los ODS. Puede optimizar el uso de recursos naturales, anticipar riesgos climáticos, mejorar el acceso a diagnósticos médicos, personalizar la educación, etc. Pero su impacto positivo no es, lógicamente, automático; dependerá de cómo se diseñe, cómo se aplique y, sobre todo, de si se integra con un propósito claro y alineado con el bien común.
Además de enseñar a la IA a pensar, ¿cómo considera que debemos entrenarnos nosotros para pensar junto a ella y no solo a través de ella?
Entrenarnos para pensar junto a la inteligencia artificial exige más que habilidades técnicas: requiere un cambio profundo de mentalidad. No basta con saber utilizar herramientas; es necesario desarrollar la capacidad de dialogar con ellas, cuestionarlas, interpretarlas y guiar su uso desde una perspectiva ética y humana.
El pensamiento crítico, la inteligencia emocional, la creatividad y la capacidad de formular buenas preguntas se han convertido en competencias esenciales para esta nueva etapa. Debemos aprender a contrastar lo que la IA ofrece, seleccionar con criterio y no delegar nuestras decisiones sin reflexión.
Pensar junto a la IA implica entender cuándo apoyarnos en ella y cuándo es necesario que prevalezca nuestro juicio. Significa complementar su velocidad y capacidad de análisis con nuestra sensibilidad, intuición y propósito. En definitiva, se trata de entrenar una relación consciente y activa con la tecnología, donde la IA potencie lo mejor de nosotros sin sustituir lo esencialmente humano.
Si proyectamos la mirada hacia 2035, ¿qué papel cree que jugará la autenticidad en la convivencia entre humanos y sistemas de inteligencia artificial?
En un mundo, en el del 2035, en el que la inteligencia artificial será capaz de simular emociones, creatividad, conversaciones e incluso empatía con una naturalidad asombrosa, lo auténtico —lo humano, lo imperfecto, lo coherente— será cada vez más escaso y valioso.
Frente a una IA que tiende a igualarnos, la autenticidad será lo que verdaderamente nos diferencie del resto y se convertirá en la llave para generar confianza.
Si mañana un CEO le pidiera orientación, ¿cuáles serían los tres primeros pasos mínimos que le sugeriría usted para comenzar a entrenar la inteligencia artificial de su empresa desde un enfoque auténtico?
En primer lugar, le aconsejaría definir con claridad el propósito y los valores que deben guiar el desarrollo de la inteligencia artificial en su organización. No se trata solo de implementar tecnología, sino de asegurar que cada paso esté alineado con la identidad, el propósito y el impacto que la empresa quiere generar.
En segundo lugar, le recomendaría identificar, a partir de la estrategia de negocio, los procesos clave en los que la IA pueda aportar valor real a los clientes, empleados y a la sociedad en general. El diseño de los casos de uso debe hacerse desde una perspectiva humana, con equipos multidisciplinares que incluyan visión operativa, tecnológica y ética, para garantizar una implementación útil, inclusiva y sostenible.
Y en tercer lugar, tendría que preparar el terreno: formar a las personas en capacidades digitales y pensamiento crítico, garantizar datos de calidad —diversos, trazables y gestionados de forma ética— y fomentar una cultura abierta al aprendizaje, la colaboración y la responsabilidad compartida. Solo así será posible construir una IA auténtica: útil, confiable y coherente con los principios de la organización.
© Reproducción reservada