No dormirse en los laureles

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El ‘fenómeno España’ viene cautivando, desde el último año, a la prensa internacional y nacional. El ritmo de crecimiento económico –que superó al registrado por Alemania o Francia– y sus buenas previsiones para 2025 (1,9%, según Moncloa) están generando un importante interés en la comunidad internacional. A los buenos resultados se le suman la confianza mostrada por potentes multinacionales, como Microsoft, Oracle o AWS, por medio de sus millonarias inversiones en el mercado nacional.

Europa ha aplaudido el alto rendimiento económico de España e, incluso, desde los medios de comunicación no han dudado en tildarle de la “locomotora económica de Europa”. Ahora bien, es una maquinaria que, a pesar de haber pisado el acelerador, tiene un problema en su engranaje: la competitividad y la productividad.

Justo antes del parón veraniego, el índice de Competitividad Mundial de IMD advertía que España perdía cuatro puestos en su ranking y pasaba a convertirse en el 40 país menos competitivo. Un resultado que, además, supone la peor posición registrada durante los últimos diez años. La investigación da algunas pistas sobre el origen de los resultados y los centraba en: el retroceso percibido en las finanzas públicas, política fiscal, marco institucional, legislación empresarial y marco societario. 

Ahora bien, el estudio da una de cal y otra de arena y reconoce el avance nacional en infraestructuras y en el desempeño económico, pero advierte que no es suficiente para ser competitivo. No solo por los retos previamente enumerados por el índice, sino también por las propias carencias de la productividad española (cada vez más lejana a la media europea) y del mercado laboral (donde destacan las dificultades que las empresas tienen para acceder a los profesionales con la cualificación requerida).

Ahora que está por acabarse el verano, España tiene la oportunidad perfecta para retomar los ‘entrenamientos’ y competir en la ‘Champions League’ de las grandes economías. No se trata de un trabajo sencillo. Por ejemplo, el IMD recomienda reducir la presión fiscal en España. Una tarea muy compleja no solo para Moncloa, sino para cualquier país de la región, que necesita de cada vez más recursos para sostener los servicios públicos. De ahí que la clave esté en la optimización del gasto público, con una reducción del tamaño del Gobierno (con más de 900 asesores) y la selección estratégica para determinar a dónde irá el dinero. 

Para jugar de ‘tú a tú’ con los grandes, España debe apostar con fuerza en la creación de un marco normativo estable para las empresas, así como facilitar, incentivar y ayudar en los procesos productivos. Sin olvidar, por supuesto, poner toda la ‘carne en el asador’ en materia de digitalización e I+D para reforzar la coordinación entre los distintos agentes y promover la transferencia de conocimientos.

Para impulsar la productividad, no existe una fórmula evidente. El Gobierno confía en que la reducción de la jornada laboral aportaría a aumentar la producción, mientras que para el estudio ‘El reto del tamaño empresarial en España’, editado por la Fundación del Instituto Español de Analistas en colaboración con el Banco de España y BME, confía en que la solución está en incrementar el tamaño de las empresas. Un reto tan grande que debería unir a los diferentes actores económicos para trazar una hoja de ruta que nos permita contar con unos registros dignos de nuestro potencial económico. 

España no puede permitirse el lujo de dormirse en los laureles. O se transforma para subir al siguiente nivel o será cuestión de tiempo para que pierda ese liderazgo que está dejando asombrado a toda Europa. 

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