En 1887, el célebre pintor impresionista Edgar Degas escribió una carta al barítono y coleccionista Jean-Baptiste Faure, revelando que un tal Mr. B había adquirido una de sus obras por 3.000 francos. Los expertos en la obra de Degas creen que Mr. B era el barcelonés Julián Bastinos, quien por aquel entonces residía en París y trabajaba en el taller de los Urrabieta en Montparnasse como acuarelista, dibujante y grabador.
La obra en cuestión, Elogio del maquillaje (1876-1877), es un pastel sobre cartón de 48 x 62,5 centímetros. Representa a dos mujeres de perfil, una de ellas, posiblemente la cantante Emma Valadon, maquillándose con polvos de arroz mientras se mira en un espejo. Según el especialista Michel Schulman, autor del catálogo razonado online de Degas, esta escena podría ser una variación de El cliente serio, una obra que se encuentra en la National Gallery de Canadá. En este monotipo sobre burdeles, Degas excluyó del encuadre tanto al cliente como a las prostitutas desnudas, elementos explícitos en la versión original.
Un pintor obsesionado
Degas, prototipo del artista angustiado, murió virgen según la leyenda popular. Se le recuerda como un solterón mojigato y cauto, con fama de misógino para algunos y de homosexual reprimido para otros. A pesar de su aparente timidez y cautela, Degas estaba obsesionado con el sexo, lo cual se refleja en sus numerosas pinturas de prostitutas en burdeles y mujeres en el baño.
Tras su muerte en 1917, viejo y ciego, el gran Pablo Picasso adquirió nueve de los más de cincuenta monotipos sobre clientes y prostitutas que Degas había mantenido semiocultos en su taller. Picasso, quien admiraba profundamente a Degas, se identificó con el Degas voyeur, especialmente en sus últimos años cuando su propia virilidad estaba menguada. Esta fascinación se plasmó en una serie de aguafuertes en los que Degas aparecía como un observador inhibido y ansioso frente a desvergonzadas muchachas que exhibían impúdicamente su sexo.
La sombra de la represión
La vida y obra de Degas están marcadas por una tensión constante entre su puritanismo y sus obsesiones. Mientras que en público mantenía una imagen de respeto y decoro, sus obras revelan una curiosidad intensa y un deseo reprimido. Elogio del maquillaje es un ejemplo perfecto de esta dualidad. La escena, aparentemente banal, esconde una fascinación por lo íntimo y lo prohibido, una constante en la obra de Degas.
La fascinación de Degas por el mundo femenino y su representación en el arte continúa siendo un tema de gran interés para los historiadores del arte. Su habilidad para capturar la esencia de sus sujetos, ya fueran bailarinas, prostitutas o mujeres comunes, le ha asegurado un lugar destacado en la historia del arte. A través de obras como Elogio del maquillaje, Degas nos ofrece una ventana a sus propias obsesiones y nos invita a explorar los límites entre lo público y lo privado, lo visible y lo oculto.
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